Alejandro Jacobsen
Sesgo Genocida, soundtrack original por Lóbrego Abisal
Él mira la habitación. Y sus ojos le devuelven el abismo. Pasea la mirada de un extremo al otro, sin notarlo y sin reacción. Frío. O ausente. De un modo paciente deja que la niebla escape o se resigne y vuelve a repetir el gesto de mirar. Siempre frío o ausente. Una fila de pequeños cuadros llena una pared. El piso viejo, con un aire de tiempo vencido. Una silla de madera, algo de ropa de hombre sobre el respaldo. Los zócalos como una cuerda alrededor del cuello de la escena. La cama de dos plazas con las sábanas revueltas. Arriba de la mesa de luz el cenicero. En la boca del cenicero dos colillas.
Él recuerda que hubo una noche, que hubo música y que amaneció. Recuerda la traición, la rabia y la violencia. Los ruidos no existen ahora y eso lo aturde. Recobra su paciencia y deja correr sus ojos otra vez. Frío. O ausente. Solo confía en sus ojos, en lo que ellos cuentan. La lámpara de la habitación está apagada, pero la claridad se filtra por la ventana, por la celosía. No hay rumores de ciudad afuera. El lugar se aleja de él.
La memoria no es un sitio seguro y los nervios lo mezclan todo. La traición, la rabia y la violencia. Sin moverse, regresa su mirada al principio y confirma la fila de cuadros, el viejo piso y la silla de madera con la ropa; con ropa de hombre. Vuelve a ver la mesa de luz, el cenicero, las colillas, las dos colillas, la cama y el cuerpo sin vida del extraño.
Frío. O ausente. Otra vez los nervios y la escena que se le hace ajena. Distante. Mete los ojos en una partícula de tiempo, busca un alivio y lo vuelve a intentar. Sus ojos no mienten. Ahí está todo de nuevo. Los cuadros, la silla, la cama y cuerpo sin vida del tipo, medio desnudo, con sangre en el pecho y la cara hacia un costado. Los ojos se van de ese cuerpo aún tibio, sin vida y escapan hasta el espejo del ropero, un rectángulo vertical, como una ventana. Se ve en el reflejo, encuentra su mirada que vuelve hacia él con desconcierto y miedo; con lágrimas y miedo. Se reconoce. Es él. Frío. O ausente.
Con los nervios y el miedo en el rostro. Con su cuerpo difuso en el reflejo, con los brazos estirados hacia el frente y el cuchillo ensangrentado en una mano. La traición, la rabia y la violencia. Hace un paso hacia atrás, se recuesta contra la pared para no caer y los ojos se le escapan. La mirada revuelve los cuadros, el piso, la cama, el cenicero, el cadáver, el ropero, el espejo, su miedo y el cuchillo con sangre. Sus ojos no mienten. El abismo está ahí al otro lado del espejo.
Comments