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La caza de la llorona, pt.2

Updated: Nov 29, 2021


“...hablar del ‘llanto’ de la llorona es algo impreciso: su lamento o queja en realidad se trata de una emisión estridente, entre alarido y rugido. Cabe notar que, mientras son bien conocidos en el anecdotario popular los episodios de terror o locura que el ‘llanto’ de la criatura provoca, poco se ha registrado (por no decir nunca) que en la población indígena de la localidad el efecto es más bien uno de tristeza, casi melancólica…”

Antropología Paranormal, soundtrack original por Sonidero Abisal


(viene de Pt.1)


La respuesta era una mula terca, que se negaba a dar otro paso. Pensé “lo que tenga que pasar que pase aquí, no dios sabe dónde”. Dejé que unos momentos huyeran, como si estuviera consultando la agenda mental. Me aclaré la garganta, dando una nota claudicante.

— Entenderán que toda esta aventura me tiene exhausto. Me temo que no podré colaborar más con ustedes. — Potocki dejó caer las comisuras de la boca, sin mucha resistencia. A Bécquer se le enchuecaron los gestos otra vez.

— Entendemos, licenciado.

— Claro.


Potocki cogió su sombrero, Bécquer aún llevaba mi tesis en la mano. El fumador atrapó el cenicero en su camino a la verticalidad. Me apuré para efectuar el relevo, pero el hombre del acento rasposo retiró el recipiente como si quemara.


— Por favor, no me haga pasar más vergüenza ¿dónde puedo limpiarlo?

— En la cocina hay un bote.

— ¿Bote?

— Cesto. — traduce Bécquer.

— ¡Claro! — mientras desaparece, Potocki explica — Primera vez en este fantástico país, licenciado, usted entenderá.

— Por supuesto. — ¿Por qué tarda tanto?

— Lo primero que se nota es el calor. En España hay calor, más que en Rusia quiero decir. ¡Pero aquí! y debo decirle, fue largo vuelo. — Bécquer ojos de centinela, no perdía nota del menor movimiento de mis nervios.

— Espero que pueda ayudarnos con petición final.

— Haré lo que pueda, — Potocki reaparecido en la sala.— ¿Me regala agua? ¡no se levante!

— Hay una jarra en el refrigerador, los vasos están arriba de la llave.

— ¿Cómo?

— Busca en la nevera, los vasos deben estar sobre el grifo. — La mirada de su compañero no soltaba a la mía, la tesis parecía que era para llevar.

— Se refiere al gabinete, claro. Doctor Bécquer ¿gusta?

— Por favor.


El sonido diáfano del líquido cayendo en el cristal expande los segundos de su suceso, como si los disolviera en su acuosidad fulgurosa. Quizá Bécquer intenta domar mi pensamiento con el suyo. El precipitado para un tiempo, sigue. O tal vez no es doctor, es brujo y me está echando mal. El precipitado para. O sólo quiere que no me de cuenta que Potocki sirve un tercer vaso.


— Serví también a usted, licenciado. — Los vasos presos entre las manos.

— Gracias, estoy bien.

— Mmm… — Potocki se regala un trago generoso — hidratarse es necesario.

— Venga, ingeniero, si el licenciado no quiere que se le va a hacer. Es muy amable.

— ¡O sí! la hospitalidad local es famosa.

— ¿Le quieres dar una ojeada? — Bécquer ofreció mi tesis a su compañero.

— ¡Ah! sí, ¿le importa? ya que no vamos a ningún lado…

— Adelante, por favor.


Y fue lo que hizo. Potocki pasaba las hojas como si sus ojos fueran aves de presa, capaces de otear su víctima a kilómetros por encima y en una picada hacerse de ella. El agua es absorbida con paciencia por mis huéspedes. Bécquer no hace intento por llenar el ambiente, su acompañante bebe otra vez para hidratarse la voz.


— Escuche esto, doctor: “...hablar del ‘llanto’ de la llorona es algo impreciso: su lamento o queja en realidad se trata de una emisión estridente, entre alarido y rugido. Cabe notar que, mientras son bien conocidos en el anecdotario popular los episodios de terror o locura que el ‘llanto’ de la criatura provoca, poco se ha registrado (por no decir nunca) que en la población indígena de la localidad el efecto es más bien uno de tristeza, casi melancólica…”

— ¿Entonces, si uno quisiera capturar a la llorona, lo mejor sería taparse los oídos?

— Como Ulises con sirenas.

— De ningún modo, recordarán ustedes que la llorona rara vez se deja ver, es preciso oírla para advertir su presencia. Más que preciso, es la única manera. Incluso la intensidad de lo que llamo “llanto” revela información preciosa…

— Bueno, o la otra: ser indio.

— Cuestión de tragarse la melancolía. — Me rio, el animado intercambio se corta como si hubiera escupido en la mesa.

— Bueno, caballeros, disculparán mi jocosidad: ese es un disparate que jamás se le ocurriría a un poblador. Yo creo que a nadie.

— Excepto al Doctor Aragonés…


Ya no dije nada, el agua fresca se ponía tentadora. Potocki me regaló una sonrisa de lagarto y cerró el libro, para posarlo con tersura sobre la mesa. Volteó hacia Bécquer sin deshacerse de la jovialidad ceniza.


— ¿Sabe doctor? me parece que estamos con una joven eminencia, ¡no estaría de más experto como licenciado Chavarrín en la Sociedad!

— Vaya, para nada de más.

— ¿Allá en la Universidad de Zaragoza?

— ¡O sí! Zaragoza, o cualquier lugar, estoy seguro su carrera será formidable. — Potocki se cachetea el muslo — Tengo una idea irresponsable, doctor, pero creo que no será mala. Más cuando nuestra estadía ya es más vacaciones que asunto oficial.

— ¿No me diga?

— ¿Sabe a lo que me refiero? — Todos mis vellos de punta por el mismo cortocircuito. — Licenciado, ¿será incorrecto de parte mía pedirle que nos acompañe en brindis?

— ¿Brindis?

— Un trago, quiero decir.

— Lo que pasa es que no tengo…

— ¡No hay problema! — su mano picoteó de nuevo el interior del saco con agilidad reservada para ocasiones especiales, regresando de la profundidad del bolsillo con una licorera. — Quizá no lo parece, pero yo no soy español — risas de cortesía — ¿Ha tomado vodka alguna vez?


Ni modo, fui por los caballitos. Los coloqué juntos en el centro de la mesa, Potocki los llenó a la mitad. Nos dio el nuestro a Bécquer y a mí antes de elevar el suyo a la altura del entrecejo. Lo imitamos, la sonrisa escamosa resurgió.


— ¡Por una carrera exitosa! en ¿cómo llamarle? ¿antropología paranormal?

— ¡Por una carrera exitosa!

— Bueno, es sólo un tópico.


Muy bueno el vodka y todo, pero me dio sed. Por fin tomé agua, di un respiro hondo. Ahí me apagué.


* * *


Dime una historia de terror, Lóbrego Abisal

Lóbrego Abisal publica en su fanzine relatos de terror, cuentos de miedo y cuentos de suspenso escritos por tétricas mentes jóvenes. Historias de terror basadas en hechos reales y surreales con ost, solo por el fanzine de Lóbrego Abisal.


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