— ¿Usted la ha visto?
— No... Pero el doctor Aragonés sí la vio.
— El doctor está muerto, licenciado.
Rito de Caza, soundtrack original por Sonidero Abisal
Desde el principio, estas gentes fueron muy puntuales. El doctor también lo era. Un rato antes recibí un telegrama, lo entregó un joven trajeado que se tocó el fedora por toda comunicación adicional. La tarjeta nomás decía “1435”, entendí que a esa hora llegarían. Un respiro después de que la manecilla le pegó al siete, los nudillos arremetieron contra la puerta. El toquido fue sereno pero implacable. Otro respiro, pensé en mi madre. Fui a abrir.
— ¿Licenciado Chavarrín?
— Pasen, caballeros.
Los dos hombres iban de traje oscuro, saco inglés y pantalón plisado, zapatos de punta. Se retiraron los borsalinos y caminamos a la sala, ellos sombrero cubriendo la boca del estómago. Tomaron sus lugares sin ponerse muy cómodos.
— Soy el doctor Bécquer, mi compañero y asesor es el ingeniero bioquímico Potocki. — Los ojos hipotérmicos de este no me calaron por un acceso de jolgorio.
— ¿Bécquer, en serio? — Pero las dos miradas juntas sí daban frío.
— Bien licenciado, vayamos al grano ¿se trata de una criatura, una vibración, o un arquetipo? — Mi estupefacción se les debió hacer sorprendente en un hombre que ha visto lo que ha visto.
— Bueno, me parece que es un asunto que aún no queda claro del todo. — Mis interlocutores se voltearon a ver como para confirmar una comunicación psíquica.
— ¿En qué se ha titulado?
— Antropología. — El gesto de comprensión de Bécquer me cayó como patada.
— Ustedes entenderán que en mi país, desgraciadamente, aún no tenemos investigación de estas materias a un nivel ¿cómo decirlo? integralmente científico.
— Vale. — Bécquer volteó a ver a su compañero — ¿qué piensas?
Potocki meditaba en silencio. Me imaginé que aún no sabía qué pensar, sí sentí cómo me midió con esa mirada de fierro. Su diestra se fue a clavar en el saco, mi estómago inflado de vacío. La cajetilla expuesta como estandarte me apaciguó.
— ¿Permitirme? — Ofreció después de que asentí.
— No fumo. — Bécquer también declinó, Potocki se acercó el cenicero antes de prender el cigarro.
— Quiero saber ¿cómo entra usted en contacto con entidad? El doctor Aragonés lo llama ¿sí? por artículo.
— Así es.
— Fascinante lectura, un análisis magistral de simbolismo, pero no hay detalles de entidad tal cual ¿Cómo conoció usted a “llorona”?
— Un amigo me llevó, es una especie de atracción malsana. Como un “rito de paso” para los muchachos de provincia.
— ¿La gente va a ver a llorona?
— Pues algo así, digo, no siempre se ve. Pero cuando la noche es buena, o mala más bien, siempre se oye su llanto. — Potocki consultaba el humo.
— ¿Usted la ha visto?
— No. — El semblante afilado de Bécquer es achatado por una mueca. Los ojos de Potocki cacharon algo de la brasa de su cigarillo. — Pero el doctor Aragonés sí la vio. — Una sola idea habitaba la cabeza de ambos hombres, como por resonancia.
— El doctor está muerto, licenciado.
Bécquer esperaba respuestas como revólver, pero Potocki tenía cara de saberlas de antemano. Le tomé medida a mis palabras, que quedaran apenas para destantearlos.
— ¿No dijo nada? — Sin reacción.
— Nada. — Dice el humo.
— Despertó gritando una noche, eso sí, cuando las enfermeras llegaron ya no tenía signos. Levantó de la cama a todo cristo en el sanatorio.
— ¿Recuerda pelo blanco? se cayó todo.
La verdad es que me sentí mal. El doctor Aragonés era una bellísima persona, al menos eso me pareció en el poco tiempo que lo conocí. Se derritió en loas por los huevos con frijoles que desayunamos nuestra primera mañana en Guanagualitos, y durante todo el trayecto se la pasó fascinado con cualquier pintoresquismo biológico o social. No merecía irse de tan mala manera, ni hablar.
— ¿Y porqué doctor Aragonés vio a llorona y usted no, licenciado? — Otro respiro, ni qué hacer hubo.
— Creo que la intención del doctor Aragonés era atraparla, si acaso cosa semejante es posible, pero la llorona lo pescó a él.
Bécquer se relajó, reclinándose cabalmente. Potocki seguía con su cigarro como si nos estuviera esperando a nosotros. La atención sonriente de Bécquer se acumuló en algo detrás de mí. Se puso de pie y fue al librero, provocando una reacción felina en su acompañante, sutil pero incisiva.
— ¿Es esta su tesis? — Me tuerzo como goma.
— Sí. — La filigrana del volumen verde destella avergonzada.
— ¿Puedo?
— Por supuesto.
— “Pensamiento mágico, narrativa y alteridad: un caso de estudio en la comunidad de Lágrimas, municipio de Guanaguales”.
— ¿Tiene que ver con artículo?
— Sí, de hecho, el artículo es una parte de mi tesis que imprimieron allá, la Universidad de Zaragoza. Por eso el doctor Aragonés se puso en contacto conmigo.
— ¿En Lágrimas es donde aparece llorona?
— Así es, la llorona se aparece en muchas partes, hasta aquí en la ciudad. Pero en ese afluente es muy común. Lágrimas es un puñado de casitas pero es la comunidad más pegada al cauce, son cristianos pero nadie habla castellano allá.
— Cómo le llaman ellos?
— Xihua Xoca, ¿saben que es lo interesante? le dicen igual al río, pero no nada más como sinónimo. Son lo mismo, de cierto modo. Don Chema, mi amigo, dice que la llorona es igualita al río...
— Aquí lo menciona: Jesús María González Azihuate, “Don Chema”, 66 años. Campesino y sanador de la localidad. Vienen mapas y todo.
— ¿Sanador? — Potocki parecía niño preguntando — ¿como cura?
— O como brujo. — Bécquer cerró el libro, pero no lo puso en su lugar.
— Dígame, licenciado, ¿cuánto tardamos en llegar a Lágrimas?
— ¿Saliendo ahorita? casi anocheciendo.
— ¿Es de noche cuando llorona sale, no?
— Pues sí. — Bécquer y Potocki se pusieron de acuerdo con una mirada.
— ¿Podemos partir ahora?
* * *
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