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Colores del Abismo

  • Writer: sucedáneo de difunto
    sucedáneo de difunto
  • Jul 16, 2021
  • 5 min read

Updated: Jul 17, 2021


Colores del Abismo, soundtrack original por presentes sucesiones de difunto VS. Sonidos del Abismo


Probando… creo que ahi se oye bien. A quien llegue a escuchar esto, tenga por cierto que hace mucho encontré mi perdición. Esto pues no es una advertencia. Ni amenaza. Sólo quiero desahogarme, con la esperanza de que alguien va a escuchar esto un día y quizá me crea, por la circunstancia o pura piedad.

El cassette estaba en un cajón enorme, en un puesto de cintas y discos viejos. El don que los vendía no recordaba la música, le pareció que era “psicodelia oscura o algo por el estilo”: Colours de l’Abime, rezaba la escritura manual sobre el cintillo. Se trata de una cinta genérica, como grabada de un disco o la radio. El vendedor me dijo que me la llevara gratis, si le compraba otra grabación nueva. Compré una compilación de bandas de metal locales que jamás escuché.

Llegué al cuarto de azotea que me acomodaba en aquellas fechas escolares, como con una miseria preciosa de droga. Mi dedo cayó sobre el botón con el peso de toda mi ansiedad, el rígido clic de la maquinaria puesta en acción dio inicio al fin. No tenía ningún sentido adelantar o rebobinar la grabación. El sonido siempre era el mismo, un acorde idéntico a su propia variación. Era evidente que la fuente de ruido original era muy hostil y repelente, aunque estaba tan mal grabado que las bocinas solo regurgitaban una sordina indiferenciada.

Pero al dejar la cinta correr naturalmente, el sonido iba tomando tonalidad y estructura, en su medida. Lo primero que pensé es que era una obra avant-garde muy sofisticada, pero no es pura música lo que trae ese casette. Cuando el ruido empezó a cobrar forma estimuló vivamente mi atención, las coordenadas espacio-temporales de mi realidad se disolvieron. Mi imaginación, o eso quise creer, ocupó la vacante de mis percepciones. La música seguía transformándose, in crescendo de belleza y crueldad.

El embelesamiento alertó mi alma reptil, algo dentro de mí quería escaparse de entre mis huesos, como de una cárcel. Pero no pude dejar de escuchar. Sentía que me estaban viendo: que el cielo, la tierra y toda la creación tenían clavados sus ojos en mí. Vibraciones recorrieron el cemento encuerado de mi recámara, diminutos sismos que condujeron mi mano al apoyo más próximo.

Incapaz de moverme, las ondas musicales rompían contra mi ser: me envolvieron en un aura magnética, distorsionando las señales eléctricas que gobernaban mi persona. Los golpes en la puerta comenzaron, como una coincidencia. Pero dejó de ser pura música, los trancazos se hacían más fuertes cada compás. Hasta que una ráfaga de puñetazos tenía como propósito tirar la puerta. No pude hacer nada más que desmayarme.

Al día siguiente busqué información sobre esa música. No encontré nada en ninguna revista musical que pude hallar en la hemeroteca universitaria. Ni en inglés ni francés, sólo una mención en una indescifrable revista rusa, destacada como francofonía entre el cirílico. Entonces consulté a unos chavos que se la pasaban hablando de música y fumando mariguana, tampoco supieron darme razón. Su único consejo fue que acudiera a una tienda de discos herrumbrosa, en el centro. El dueño y dependiente era “una enciclopedia en patas”.

Fui. Era un local oscuro y pintarrajeado. Salpicado de pintura, estampas, rayones… Gritos y risas brincaban sobre los guitarrazos difusos, como una niebla crispada. Un señor huesudo de cabello largo y un joven de pelo verde discutían amistosamente, una chica ojerosa de peinado asimétrico los escuchaba. No me fumaron hasta que me acerqué al mostrador, entonces me voltearon a ver al unísono como si los estuviera importunando. El anciano tampoco supo nada. Abandoné el lugar. Unos zapatazos salieron detrás de mí, eran aquellos dos chicos.


— ¡Oye!, queremos escuchar eso de los colores.

— Sí, invítanos a escuchar — sonrisa fluorescente entre labios violeta, pelosverdes se acerca a su oído. Una risita huye entre dientes.

— Traigo un toque.

— No fumo.


Pero igual vinieron. Él se fue a recargar en la pared junto a la ventana, ella se arrojó sobre mi colchón rastrero. Apreté el botón del triángulo y me senté en el piso, con las piernas cruzadas, al lado de la puerta. La música me cayó como una marejada de roca. La puerta comenzó a agitarse; al menos iba a ver lo que irrumpiera dentro, fuera lo que fuera. Escuché a pelosverdes repitiendo “no oigo nada, no oigo nada”, y una fanfarria de risas, llantos además de lo que me parecieron estertores o gemidos. La puerta siguió sacudiéndose.

Cuando volví en mí estaba desparramado en mi colchón, con la sábana encima. La muchacha con cara de espanto, ahora genuina, me miraba como a perro atropellado. El armario abierto de par en par y los cajones de mi escritorio todos de fuera, como quijadas rotas: aquel se llevó mi chamarra buena, algo de dinero que encontró, y la grabadora.


— Quise impedirlo.

— ¿Por qué sigues aquí? — quise encararla pero la luz lo hizo imposible. Ella se incorporó para correr la cortina.

— Esa música es hermosa, — el casette negro sobre el mueble vacío. — Voy a sonar a mi abuela, pero es como el canto de los ángeles, los coros celestiales, digo. Pero yo estoy loca, hoy no me tomé mis pastillas, Benito se fue diciendo que no escuchaba nada y tú te desmayaste.

— Llévatela. — Me volteó a ver desamparada.

— ¡No! — regresó a mi lado, arrodillándose en el borde del colchón. — Mejor ven conmigo, sé donde podemos escucharla.


Fuimos a una unidad gargantuesca en el poniente de la Ciudad. Caminamos hasta un edificio en el corazón del seccionamiento. Ella abrió la ventanilla de un departamento de sótano y se metió. Volteé para todos lados, había tantos edificios alrededor que era imposible saber si alguien nos estaba viendo.


— Entra, es la casa de mis abuelos. No están. — El impulso de echarme a correr no alcanzó mis piernas.


Dentro había un excelente estéreo modular. Ella se apuró en introducir el casette, cerrando la tapa con violencia. Las bocinas comenzaron a resonar, el ruido extinguió la luz. Mi cuerpo de inmediato reaccionó con una temblorina que se transmitió de mi piel a mis huesos. Un ensamble de puertas y ventanas que se azotaban se sincronizó con la música. Esta vez no perdí el conocimiento, sino que me desdoblé. Pude verme encallado en la penumbra, no había rastro de nadie más. El ruido era resplandeciente y multicromático, como el atardecer antes de una desgracia. Una voz daimonia cantaba, explicándolo todo. Nos tomamos de la mano, ascendimos en picada abismo adentro.

Así que, si llaman a la puerta, abre [FIN DE LA GRABACIÓN]


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Escucha las voces del fondo en tu cabeza

Clávate en el Lóbrego Abisal

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