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De la pesadez de la ontología paisana: Hegel en México

Por el Catedrático del Abismo


La dimensión histórica de la ontología nacional no es más que la de un momento en la cronología del pensamiento entre el Bravo y el Suchiate, igual que la mera idea del país.

Viva el Estado absoluto cabrones


La ontología mexicana, hoy infame, es la base teórica de la modernidad del país, “chueca o derecha”. La Conquista y su anquilosado proceso fue uno de los mayores escenarios de la configuración de la realidad moderna. Encontronazo dialéctico de dos potentes sistemas metafísicos, si se desea interpretar así (y siempre se lo ha deseado).

Pero el embuste está en su entendimiento como cuestión histórica-dialéctica, incluso si uno se quiere pasar de moderno y proponer algo semejante a una dialéctica no binaria. La dimensión histórica de la ontología nacional no es más que la de un momento en la cronología del pensamiento entre el Bravo y el Suchiate, igual que la mera idea del país.

De tal manera, su dimensión historiográfica debe considerarse partiendo de una inquietud: nada importa en qué momento se conformó la ontología mexicana, lo importante es cuándo toma lugar y hace efecto. Mi hipótesis es que la fase señalada debió suceder entre los años treintas-cuarentas del siglo pasado. Quince años, grosso modo, en que fenómenos divergentes pero paralelos terminaron de ser atados, cuales carrizos.

Hay que ir allende el perogrullo, y apuntar la flecha al ojo de la encrucijada: “Más que una limpia meditación rigurosa sobre el ser del mexicano, lo que nos lleva a este tipo de estudios es el proyecto de operar transformaciones morales, sociales y religiosas en ese ser” sentenció Uranga, ese Tlacaélel Cihuacóatl contemporáneo.

Operamos con la comprensión metafórica de que “lo esencial” a semejante ente propuesto es la contradicción. Se habla de un batidillo ideológico que incluye “[...] el fascismo mussoliniano y el bolchevismo soviético”. Me parece que esta es una comparación más nominal que genealógica, en el sentido de que no tienen nada que ver con las esferas de integración del fenómeno mexicano (Bolívar Echeverría dixit), además de que fueron contemporáneas de la idea que nos ocupa; en cosas, hasta se les adelanta.

Me parece que a todo esto corresponde un eslabón más fuerte y muy importante: Hegel. El filósofo del Rin, paradigma de la “modernidad occidental”, es el punto de partida de todas las ideas mencionadas. Esto no es de sorprenderse, en realidad, aunque existe poca investigación al respecto. Georg Willhelm Friedrich es como los villanos de Scooby-doo: siempre debajo de la máscara, sea esta el marxismo-leninismo, el fascismo, el liberalismo, hasta la democracia.

En ese sentido, la impronta espiritual germánica en México se antoja más importante que la publicitada influencia francesa, limitada a la arquitectura y las pretensiones literarias. Ya no se diga la estadounidense: no existe ningún antecedente anglonorteamericano en el pensamiento nacional porque la idea del gabacho es completamente límite para nosotros, como antítesis e ideal. Quizá por eso hubo una cierta fascinación con el drittes reich antes de la guerra en nuestro país, eso también es un vulgar hecho histórico y no una sofisticada especulación académica.

Curioso resulta ver que en esto hemos puesto la contradicción como naturaleza de la realidad, nuevamente. Lo que es completamente hegeliano también, y por tanto carece de sentido. Entonces, si bien la arrastrada pregunta por “lo mexicano” pudo ser una resolución histórica inevitable, no así su respuesta. Esto es evidente en la misma crítica o replanteamiento del dilema hecho por el citado Emilio Uranga. Y lo que es más: se trata de una condición de posibilidad de recuperación de sentido, dada en su naturaleza misma de interrogante, pervertida hace dos siglos justamente por la ponzoñosa dialéctica hegeliana.

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