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Writer's picturesucedáneo de difunto

Jugando a asustar

Mario Cardona


Befa, soundtrack original por Gallus Mathías.


Estaba contemplando un billete de veinte quetzales dispuesto en una mesita. Hasta que escuché el estrépito agudo del metal de la puerta del frente. ¡Josué estaba por volver! Pensé rápido, casi sobresaltado. Mi pulso daba mil martillazos en mi pecho. La antecámara soleada por las ventanas que se encontraban dispuestas en la salita que era aquel cuarto, estaba poblada por dos sillas de madera, con asientos de cuero café; y un par de libreros, el primero, dispuesto a unos escasos metros de la puerta. En el medio, una pantalla de un viejo televisor, custodiado por estos libreros de madera, por delante de estas ventanas que daban a la calle.

Así que, vi el librero más próximo al umbral que daba paso a la siguiente habitación, la cual estaba en una insondable penumbra. Y me aproximé y como era muy delgado, me deslicé dentro de ese espacio entre el librero y la pared.

Escuché los pasos aproximándose a la puerta que daba a la antecámara. Como era un lugar en la segunda planta, estos pasos se escuchaban en las baldosas de las escaleras. Procuraba no reírme. Ya me había imaginado la cara de Josué cuando saliera abruptamente del libero. Era muy miedoso, y le gustaba gastarle bromas a uno. Ahora sabría qué se siente en carne propia.

La perilla de la puerta hizo su habitual rechinido, y la puerta se abrió y luego, se cerró. Sin embargo, por un rato, no escuché más pisadas. ¿Acaso sabría de mi truco? Me impacienté un poco. Sentía un peso derivado de la tensión que se había provocado.

De repente, comencé a escuchar unos murmullos. Pero estos murmullos eran indescifrables. No sé qué tipo de galimatías estaba escuchando. Tal vez, se debía a que estaba muy lejos de él. Y luego, unas risillas. Las risas me comenzaron a poner más inquieto. ¡Sabía que estaba escondido, lo muy menos!

Aunque, esas risitas que, en principio me parecieron muy parecidas a la voz de él, comenzaron a escucharse más agudas, burlonas, seguidas de murmullos terroríficos. Después de un rato, escuché un paso. Luego otro, y las carcajadas que se emitían se escuchaban cada vez más multitudinarias, aunque fueran murmuraciones y cuchicheos. Esto fue lo que me sacó del juego. Ya me había asustado.


—Has vuelto a ganar —dije con mi voz desfalleciente.

Y luego silencio. Así me estuve un rato, entre ese desquiciante silencio, hasta que decidí volver a escabullirme hacia afuera. El espacio en el que estaba detrás del libero, era en extremo angosto. Por lo que me fue difícil salir de allí. Y, cuando me asomé, descubrí que no había nadie. Mi sangre se heló, y sentí cómo mis músculos se aflojaban.

Casi al mismo tiempo, sentí una mano helada que me tocaba el hombro. Yo me di vuelta de un salto, mientras gritaba como un cerdo. Entonces, advertí a Josué con su habitual expresión de asombro estúpido en su rostro. Su pelo castaño brillaba por la luz que se colaba por los cristales que daban a la calle. Se le veía pálido y con ojeras.


—¿Qué pasa?

—¡Qué pasa! —gritaba a voz encuello sobreexcitado por el susto que me había llevado—. ¡Qué pasa!

—Cálmate, y dime…

—¡La puta puerta! —Señalaba, hacia ese espacio, mientras mi estómago se deshacía por dentro—. ¡Alguien ha entrado y se ha reído de mí! ¡Y pensaba que eras tú, maldita sea!

—¿Ah?

—¿Cómo… cómo… cómo has llegado aquí? ¡Yo te vi salir! ¡Te estaba esperando!

—Tranquilo, niño —me dijo—. Cálmate, y me cuentas qué te pasó, y en dónde, para que pueda ayudarte…


Me costó unos minutos reponerme de mi sopor. Pero, cuando los latidos de mi corazón ya se habían calmado, hice lo que me pidió Josué: le indiqué en dónde me había escondido, y estaba explicándole en dónde había escuchado esas horripilantes carcajadas, cuando de pronto, una piedrecita rebotó contra el cristal.

—¿Qué pasa?

—No lo sé. Veré si no es Sergio, quedamos de vernos a las cuatro, pero a veces viene más temprano.


Entonces, me asomé para ver la calle, y advertí a Josué en el andén, que me hacía una seña con las manos: al parecer, había olvidado sus llaves. Sentí un frío desgarrador recorrer todo mi cuerpo. Y, muy lentamente, me volví hacia donde se encontraba lo que yo pensaba que era mi hermano.

Lo encontré con la mirada parado en el mismo sitio, con una sonrisa socarrona. Ahora tenía los brazos cruzados y el mentón ligeramente hacia un lado. Su mueca estaba casi deformada de modo exagerado por esa sonrisa que apenas producía una horripilante risita. Con sorna se encogió de hombros e hizo un ademán de: «me descubriste».


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