Luna paloma
"Colector de Miembros", soundtrack original por Sonidos Del Abismo.
A los siete años tomé conciencia que tenía una obsesión por juntar cosas. Primero fueron fósforos que rescataba de la basura y que guardaba clasificados por tamaño en los cajones de mi velador, colillas manchadas de rouge, cáscaras de plátanos.
Eres una coleccionista dijo la voz y no pude parar: mechones de pelo, pedazos de uñas, pellejos. Todo catalogado en sobres de colores y etiquetados con el nombre de la persona a la que una vez pertenecieron. A medida que fui creciendo pasaba horas encerrada en mi pieza, oliéndolos, reconociéndolos nombrándolos.
Mi padre un dentista de pueblo aficionado a la taxidermia, hacía caso omiso de mis inclinaciones, mientras mi madre vivía adormecida por el formol.
Aprovechando mi inclinación metódica por la biología decidí estudiar enfermería y, apenas pude, huí de esa casa para entrar a trabajar a un hospital. Con tanta suerte que terminé encargada de la sala de residuos. Un día escarbando encontré entre los desechos un dedo. El roce rugoso y húmedo me hizo sentir hormigas subiendo por mi entrepierna y un sonrojo bautizó mis mejillas. Lo guardé con llave para no mirarlo pero deambulaba por mi mente una y otra vez. Eres una coleccionista dijo la voz y no pude parar. Cambiando turnos y recorriendo salas a hurtadillas, logré incorporar más dedos, manos y pies.
Esa noche bajé a la morgue por primera vez. El frío me endureció los pezones y presagió el encuentro. Recibí mi pedido. Era una caja redonda y pesada. Al destaparla el olor a descomposición desató un torbellino en mi cuerpo mientras unos ojos inertes me miraban fijo desde dentro, unos ojos encajados en una suculenta cabeza de hombre traspasaban el vacío de la muerte exigiendo ser inmortalizados. Olvidé el trabajo y corrí a casa con mi premio entre las manos.
La deposité sobre la cómoda. No quería que nada cambiara el rictus con que había muerto.
—Mírame —le dije parada de piernas abiertas frente a ella, y lo hizo obediente.
Me empecé a desabrochar el delantal botón por botón, sentía que los ojos le brillaban y no podía sacarme la vista de encima. Le di la espalda para desabrocharme el sostén, la miré por sobre mi hombro y al lanzárselo el encaje quedó enganchado en su bigotillo maloliente.
—¿Te gusto? —susurré en su oído provocativa. —¿Me deseas? — dije pasando mi lengua por su cuello. —¿Quieres? —insinué frotando mis pechos por esa lengua que colgaba fibrosa.
Mi boca succionó la suya agusanada. El deseo aumentaba y me busqué con todos mis dedos, esos mismos que saqué de la cómoda para darme placer y hundirlos en mi cuerpo una y otra vez, lento, lentito y rápido, más rápido, mientras la cabeza me miraba a los ojos, voyerista. Ansiosa de traspasar el umbral vino a beberme, viendo como me retorcía, y fui llegando por fin a una plenitud desconocida, un encaje perfecto envuelta en un espasmo y gemidos que inundaron la habitación de un sopor morboso. Perdí la noción del tiempo en ese vértigo nauseabundo.
De pronto, mi cuerpo desnudo contra el frío piso. La cabeza entre mis piernas me miró cómplice. Esa sola mirada me volvió a la realidad instalando de nuevo la agobiante sensación de algo inconcluso. Eres una coleccionista, dijo la voz y no pude parar. Tomé el hacha y fui en camino a la habitación de mi esposo.
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