Los gallos, una variedad de raza abisal, cuya anatomía desconcierta dada la gallardía con que ostentan su gran cabeza de gallo y su imponente cresta, refinados en sus gustos, se deleitan con poderosos narcóticos para desencadenar su creatividad nociva. Disfrazados de sonetos amables, insertan de manera subliminal los vocablos de la lengua de ébano (el idioma del dominio profundo y aristocrático en el terrible abismo), ya tarde para escapar de sus artimañas subrepticias. El mensaje ha socavado en los minúsculos intersticios de tu mente, generando cambios plausibles en el comportamiento del individuo. Podría no ser mal visto a los ojos públicos, pero todo es un intrincado juego de ajedrez que los señores del abismo desarrollan para obtener sus nefastos fines.
Los ritos músico-festivos de los gallos, tienden a positivismo deletéreo y desmesurado en la inconsciencia del afectado; los dotan de irracionalidad y pasión por causas absurdas. Los convierten en entes parciales del insondable abismo. Ya no eres un ser autónomo, ya no tienes voluntad propia: ya eres parte del abismo.
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