Por Ramón Ortega Cipactli
Lo interesante es que esta sería una invención española, algo así como un intento colonizador de reinventar un diablo más terrorífico para los indígenas...
Tlacatecólotl
La criptozoología es la primera línea de defensa de la racionalidad científica en materia zoológica. Todos los seres vivos son criptozoos hasta que no están clasificados y catalogados.
Sin embargo, es inevitable la obligatoriedad de recurrir a fuentes de carácter mágico-religioso. Y si lo reflexiona uno, la labor criptozoológica puede entenderse como la discriminación entre las criaturas que únicamente pueden vivir en ese plano de existencia y aquellas que sí tienen realidad biológica.
El caso del infame Tlacatecólotl resulta paradigmático de este dilema de la criptozoología, a mi gusto. Estamos hablando básicamente del hombre-tecolote (búho), aún nombrado en mexicano clásico por las comunidades más sincréticas del país.
Las complicaciones empiezan desde su naturaleza mítica misma. Por ejemplo: Báez y Gómez Martínez han documentado extensamente cómo para las comunidades huastecas de la sierra veracruzana, Tlacatecólotl es una especie de daemon en el sentido griego. Se trata de un consejero de los poderes de la noche, si bien severo y hasta espeluznante, nunca malintencionado. Le atribuyen, por ejemplo, la invención de la brujería. En esto, y otros caracteres, se antoja un avatar contemporáneo de Tezkatlipoka, notoriamente ausente del yolteotl en la actualidad de la paganismo autóctono.
Es necesario recordar que la moralidad antigua del país no está inscrita en una polaridad bien/mal. Existe poca diferencia entre el “ser” y el “deber ser” en el toltecayotl. Es difícil para la razón mestiza comprender que “entes oscuros” no sean propiamente “malignos”.
El tecolote, para la mentalidad precolombina, está asociado al aspecto lunar, similar a lo que pasaba con el águila y el sol, así como al Mictlan (inframundo). De hecho, para los huastecos sincréticos Tlacatecólotl es consorte de Meztli (la luna).
El tecolote y Mictlantecuhtli, codex laudianus
Pero esta noción no maniquea se pierde cuando avanzamos a poblaciones indígenas “evangelizadas”. Se dicen cosas como “el indio muere cuando el tecolote canta”, lo que por una parte está enraizado en la importancia cultural de estas aves de presa; pero se nota también la intromisión de una idea semejante a la noción europea de “familiares” satánicos. Basta con decir que en la imaginería mestiza, estas lechuzas sobrenaturales son consideradas una especie de “bruja”.
Y esto se vuelve sumamente confuso si uno quiere rastrear la genealogía de Tlacatecólotl en lo poco que sabemos de la religión mesoamericana pura, como era al momento de la invasión, en la que parece no haber registro de este. Soustelle, por ejemplo, sugiere que el hombre tecolote es una deidad “moderna”, producto del sincretismo. Lo interesante es que esta sería una invención española, algo así como un intento colonizador de reinventar un diablo más terrorífico para los indígenas. Otras fuentes de mayor o menor confiabilidad consignan que los tlacatecolomeh eran cierto tipo de brujos, o practicantes de una escuela de hechicería "negra" específica.
Representación contemporánea de Tlacatecólotl
A todo esto, tenemos poca evidencia natural que indique la existencia biológica positiva de un tipo de antropo-estrígido mexicano, por no decir ninguna. La depredación de infantes, principal rasgo de comportamiento de las “brujas”, siempre puede atribuirse a causas más realistas; desde el infanticidio hasta animales ferales o de plano silvestres. Nunca se ha confirmado por taxonomía ni por medios bioquímicos si las plumas timoneras colosales atribuidas al ente, mostradas en algunos museos regionales del sur y sureste del país, provienen de una especie sin descubrir.
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