POP UP
- sucedáneo de difunto
- Aug 28, 2021
- 3 min read
Updated: Oct 5, 2021
Víctor M. Campos
El Grito de su Carne, soundtrack original por Gallus Mathías.
Descíframe o te devoro.
Rita Segato
No sólo suena a otra cosa: significa algo diferente. Al abrirlo podrás encontrarte con una mujer que corre y no sabemos por qué. Es la primera página: no tenemos que saberlo todavía. Aunque, si observas, notarás que todo sucede en un callejón. ¿Intentará escapar? ¿Qué podría motivar a una mujer a escapar de un callejón? Sí, tienes razón: es una pregunta estúpida.
Tenía un amigo gringo que se reía al verme comiendo cacahuates. Pensándolo bien, decir que se reía es poco. Se cagaba de la risa y decirlo así está más que justificado. Para él, un mal aprendiz de español, cacahuates lo llevaba a otra cosa. Caca, decía, y el ataque de risa lo partía en dos. Huates nunca llegaba a destino. Idiota.
Popó es a lo que suena y a mí también me lleva a otro lado: me hace pensar en otra cosa. Como en el pinche gringo. Trabajábamos de choferes y el idiota apenas y sabía leer. Gringo al fin. Pobre al fin. White trash al fin. Pero me caía bien: al menos hasta esa vez. No debí salir corriendo.
Lo sé.
En la siguiente página, alguien, en la boca del callejón, le cierra el paso a esa mujer. Qué pinche miedo, pero me gustan los libros que siempre terminan mal. Observa con atención y verás que es más de uno quien le cierra el paso. No está muy claro quiénes lo hacen porque el callejón está a oscuras y ellos traen la cabeza cubierta con capuchas y en el rostro negro sólo brilla su repugnante sonrisa. Qué pinche miedo, ¿no? En la siguiente página ella camina de espaldas, intentando ponerse a salvo, y tropieza. Sí, se cae y se le sale un zapato.
Así caía el gringo, partido de risa, y se revolcaba en el suelo. Sí, era inquietante. Pero luego se puso peor. Manejaba temerariamente y yo iba detrás tratando de no quedarme en el camino. Algunas noches, en mitad de la carretera, apagaba las luces y aceleraba. Yo lo seguía a ciegas y más de una vez estuvimos a punto de hacernos mierda.
Ella está en el suelo, pelea, abre mucho los ojos y la boca. Algún sonido de papel sale de ahí: ondas acústicas de colores que toman el lugar del grito. Y, como si hiciera falta, unas nubes cada vez más negras tapan el cielo. Ya sabemos que todo va a salir mal. ¿Para qué necesitamos nubes negras?
Por pura crueldad, ¿no? Nos encanta siempre y cuando no seamos nosotros los que estamos en el suelo. Como ella que, en la siguiente página, ya fue sometida. Uno de ellos la ha inmovilizado poniéndole una rodilla en el cuello y agarrándole las manos. El otro está hincado entre sus piernas mientras esquiva los patadones inútiles que ella le tira para defenderse.
Es cierto que las ondas acústicas no necesitan ser vistas para existir: en eso son hermanas del dolor. Aquí las representan con papel para poner de manifiesto que ella gritó, pero que nadie vio sus gritos. Alguien ha triturado ese papel; ellos lo han reciclado para dar significante a sus gemidos y al llanto silente de ella: pura papiroflexia.
Luego, nada.
Como esa vez. Habíamos estado echando chelas en un bar de la frontera y él salió a mear. Eso dijo. Como tardó, como también me dieron ganas de mear, salí. Afuera parecía que iba a llover. Era de noche y el callejón estaba oscuro. Algo escuché al fondo, más allá de las camionetas, y fui a ver. Prendí un tabaco y con la misma flama del encendedor lo vi.
Pinche gringo. Su mirada locota bastó. Los gritos ya se habían caído al suelo y estaban hechos bola entre sus piernas: de tanta patada inútil el otro zapato también se le había salido. Antes de apagar el encendedor los miré por última vez.
Luego, cerré el libro.

Comments